jueves, 30 de enero de 2014

"LA PALOMA SUPERMANA", UN INCREÍBLE RELATO DE ALEJANDRO MARTÍNEZ GÓMEZ



Alejandro Martínez Gómez, Dubi, na actualidade.

Abrir camiños aos meus alumnos. Velaquí unha teima miña.

Intentar que valorasen a capacidade da literatura para enriquecer, en boa medida, o seu discorrer polo mundo que xa estaba a axexalos.

Facerlles comprender, paseniño, que as artes son unha clara oposición ao termo útil, sempre vencellado ao que ten que ser lucrativo.

Insistir en que a lectura axuda a que as nosas vidas se enriquezan, fronte ao empobrecemento dos que lle dan as costas.

Animalos a escribir para completar ese binomio esencial lectura-escritura que tanto favorece o desenvolvemento persoal dos individuos.

Axudar a que pensen, debatan, reflexionen… a partir das historias e do carácter dos personaxes que as habitan.

Facelos conscientes de que o seu mundo é moi limitado e que a literatura axuda, en boa medida, a vivir outras realidades ben diferentes, co que as súas expectativas se abren e permiten albiscar novos horizontes, non resulta doado.
Podería seguir, pero…para que?

Estes son algúns dos meus esforzos, ao longo da miña vida pedagóxica que, con erros, pasos adiante e atrás, dúbidas etc. fun desenvolvendo nas aulas.

Eu non sei se a Alejandro Martínez Gómez, Dubi, lle salpicou algo do que acabo de dicir. Non o sei. Tampouco non llo vou preguntar.

Pero Alejandro Martínez Gómez, alumno meu hai ben anos, ten un pouso cultural e creativo amplos. Ben sei que na súa casa iso da creatividade era un hábito. E ben sei da capacidade de recrear todo aquilo que se lles poñía (e segue a poñérselles) por diante.
O certo é que, con  influencia miña ou sen ela, Alejandro Martínez escribe de marabilla. Ademais, apaixonado da fotografía, é quen de facer fotos tan extraordinarias como a que podemos ver acompañando o seu texto.
Retrato de Dubi, debuxado polo seu pai, un verdadeiro artista.(1988)


E un séntese moi feliz cando ve que alguén que me soportou durante tres anos, converteuse, co tempo, nunha persoa cabal, sensata, cargada de inquedanzas.

Así é Alejandro. Así é Dubi. Un artista. Mantén varios blogs, algún relacionado cos seus irmáns, un seu e outro, de corte deportivo, para o seu fillo Nicolás.
E, en todos, o gusto pola fotografía e mais pola palabra literaria resulta evidente.
Por iso, non dubidei en pedirlle texto e imaxes para Versos e aloumiños.
Dubi amosouse encantado (envioume dúas) e quen isto escribe, moito máis ca el. Esta é a primeira colaboración. A segunda, dentro dun tempo.

Parabéns, meu amigo.





 Antes de nada, podedes escoitar a canción de Kiko Veneno neste vídeo no que canta "La paloma supermana", canción que serviu de inspiración ao autor para escribir este magnífico relato.




LA PALOMA SUPERMANA

Una chocante introducción



El hombre del tiempo sin duda había acertado cuando pronosticó que aquella mañana de finales de noviembre correría una brisa desagradablemente gélida en la ciudad de Vigo. Sin embargo, no fue ningún fenómeno meteorológico lo que acabó por helar la sangre al Teniente de Policía Demetrio Sisgardo. Tampoco lo fue el hecho de presenciar la escena en la que Dña. Paloma Arrigorrieta –Cajera de supermercado en paro, cuarenta y cinco años de edad, ochenta y siete kilos y medio de peso- contra quién pesaba una orden judicial de desahucio, perdía los nervios en el portal de su casa y después de un tenso forcejeo con la agente de Policía Covadonga Gálvez, se abalanzaba sobre ella mordiéndole un moflete y acto seguido la derribaba de un golpe seco como si se tratase de un vulgar saco de arena. El teniente no llegó a impresionarse demasiado ni siquiera cuando, después de levantarse del suelo ambas mujeres, le pareció distinguir que aquella histérica señora sostenía en sus manos un objeto que, desde donde él estaba, parecía sospechosamente una Heckler & Koch USP reglamentaria. El fenómeno que de manera concreta y definitiva acabó, esta vez sí, dejándolo patidifuso fue contemplar como la bala que inesperadamente escupió aquel revólver, después de rebotar en el marco del portal, se llevaba por delante el lóbulo de la oreja izquierda de la agente de Policía y cruzaba sibilante la calle pasando a un palmo de sus narices. El ensangrentado proyectil, que estalló los parabrisas de todos los automóviles que se interpusieron en su camino, acabó por incrustarse estrepitosamente en la enorme luna blindada de la sucursal del Banco Santander ubicado frente al número 163 de la calle Sanjurjo Badía.


Un rápido esbozo de los personajes

El tenso silencio que se produjo inmediatamente después de aquel episodio abrió un paréntesis de unos pocos segundos durante el cual las cabezas de cada uno de los presentes repasaron a su manera el acontecimiento intentando encontrarle algún sentido:
·         Paloma Arrigorrieta se miró las manos con ojos desorbitados mientras asimilaba torpemente que el ruido que acaba de reventarle los tímpanos y el humo que salía de aquel negro artefacto que colgaba de su dedo índice eran resultado de la misma acción. No recordaba exactamente como había llegado a su poder aquella pistola, ni por qué se había disparado, pero algo le decía que la refriega que había mantenido con la malencarada agente de policía podía tener algún tipo de relación. Aprovechando la confusión del momento arrojó el arma al suelo, se introdujo en el portal, cerró la puerta y corrió escaleras arriba a encerrarse en el piso que el Banco le reclamaba.
·         Amalia Becker, al frente del pequeño grupo de activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, intentaba recordar una a una las palabras exactas del mensaje claro, rotundo e inequívoco que creía haber transmitido a la afectada por si se había equivocado en algo: “Nuestra estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Repitió mentalmente aquellas dos palabras clave una y otra vez como si con ello fuera a conseguir borrar de su mente lo sucedido. No le cabía duda de que ella lo había explicado bien. Mientras pensaba esto hizo un rápido recuento en el que comprobó con alivio que el disparo no se había cobrado ninguna víctima entre la nutrida peña de manifestantes que había conseguido convocar delante del edificio para evitar el desahucio.
·         Ismael Serrano, Secretario Judicial encargado de ejecutar la orden, se levantó del suelo todavía aturdido y se sacudió con las manos el polvo del traje oscuro que con cariño le había elegido su mujer aquella mañana. Después, mientras recogía y ordenaba los papeles que en el tumulto habían volado esparciéndose desordenadamente por el suelo, se planteó mentalmente tres cuestiones para las que no encontró respuesta adecuada:
1.     ¿Por qué demonios se le había ocurrido entrometerse en aquel rifirrafe entre la imprudente agente de policía y la vecina esquizofrénica?
2.     ¿Por qué demonios no se había presentado todavía el maldito procurador de la entidad bancaria si tanto interés tenía en recuperar el piso?
3.     ¿Por qué demonios le había hecho caso a su padre y había sacrificado cinco años de su vida preparando aquellas oposiciones a la Administración de Justicia?
·         La agente Covadonga, con la rodilla en el suelo y un intenso calor en la mejilla, intentaba atajar con la mano la hemorragia de su oreja izquierda. Se levantó y comprobó con amargura que la vergüenza de haber visto como le arrebataban su arma reglamentaria y el dolor físico que sufría por la pérdida del pequeño trozo de apéndice auditivo no eran lo peor de la situación. Todo aquello no era más que una tontería sin importancia si se comparaba con el desconsuelo de saber que con el trozo de cartílago mutilado había volado también uno de los valiosos pendientes de oro y brillantes que le había regalado su marido la mismísima víspera. La mitad de su valioso regalo de aniversario se había ido a freír espárragos de un balazo a las primeras de cambio. Miró hacia su agresora con odio y vio como ésta arrojaba su Heckler & Koch USP al suelo antes de escabullirse cobardemente escaleras arriba para encerrarse en su piso.
·         Por su parte, El teniente Demetrio Sisgardo, ya con el rostro desencajado y bizqueando de manera ostensible, miró hacia todos los lados para hacerse una idea de cuál era la dimensión del asunto que tenía entre manos. No le gustó nada lo que percibió. Consciente de que sobre sus hombros iba a descansar a partir de aquel momento la responsabilidad de que nadie leyese la palaba “Muertos” en las portadas de los periódicos del día siguiente, emitió un profundo respingo, se llevó las manos a la pistolera y gritó: “¡TODO EL MUNDO AL SUELO!”.


Una absurda trama paralela

¡TODO EL MUNDO AL SUELO! ¡ESTO ES UN ATRACO! Había vociferado también Héctor Marlengo, “El Pili para los amigos, apuntando nervioso con su pistola hacia el techo de la sucursal sólo dos minutos antes de verse sobresaltado por una sorda detonación en la calle y el inmediato estruendo de una bala incrustándose en la luna de la oficina. Los pocos empleados y clientes del Banco de Santander que hasta ese momento habían conseguido mantener cierta calma la perdieron de manera súbita. Como también la perdió Avelino Rickenback, procurador de Banca que sólo había entrado a saludar al director de la sucursal aprovechando que pocos minutos después tendría que participar en la ejecución de un desahucio justo en el edificio de enfrente. Sin comerlo ni beberlo se había visto con una pistola en la sien pero, conociendo bien el barrio de Teis, había supuesto que no se trataría más que de un simple ratero con un arma de juguete. El atraco seguiría el curso reglamentario: aquel perroflauta se haría con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco billeteras y un par de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían aterrorizados en el suelo y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro de cada día. Sin embargo, El estrépito que produjo el impacto de bala sobre el ventanal modificó por completo el escenario que había construido mentalmente. El arma era de verdad y el atracador tenía compinches en el exterior. Pero, ¿Por qué habían disparado los de afuera? ¿Es que se habían vuelto locos? ¿O es que alguien había intentado huir y se lo habían cargado de un tiro? Tenía que haber sido eso. Después recordó el asunto que lo había llevado allí y se dio cuenta de que como era habitual el Secretario Judicial acudiría acompañado de una pareja de policías. O sea que pronto llegarían las fuerzas del orden. Si es que no lo habían hecho ya. Se aferró con fuerza a este último pensamiento para olvidar el frío metal que sentía en su sien y consiguió relajarse un poco.
Quién no se había relajado en absoluto era El Pili que, además de ser consciente de que estaba absolutamente solo en aquello, acababa de echar un ojo hacia el exterior entre las cortinillas y había distinguido a la perfección los uniformes de la Policía. Se arrojó bruscamente al suelo de un salto arrastrando con él al procurador. ¿Cómo era posible que se hubiesen enterado tan rápido los maderos? No habían pasado ni dos minutos. ¿Y, además, por qué coño habían disparado? ¿Es que se habían vuelto locos? No tenía mucha experiencia en este tipo situaciones pero le pareció que la actuación policial estaba saliéndose un poco de madre. ¡Qué nadie mueva un pelo! ¿Entendido? ¡O aprieto el gatillo! Gritó mientras se arrastraba como podía hacia detrás de una mesa. Pero el grito era innecesario puesto que todo el mundo había presentido ya que el tema de los gatillos iba a estar un poco distendido aquella mañana. Por la cuenta que les traía, desde luego, allí no iba a mover un pelo absolutamente nadie. El Pili, desde el suelo, intentó atar cabos. Llevaba más o menos media hora dentro de la oficina. Había fingido que aguardaba su turno sentado en una butaca mientras leía una revista a la espera de que la oficina se despejara de gente. Durante ese tiempo había meditado mucho sobre como iba a actuar y le había servido para darse cuenta de que no había traído una miserable bolsa donde cargar el botín. Por lo demás, todo había parecido ir bien. Entonces había entrado aquel idiota con el sobre acolchado y sospechó que podría haber mucha pasta en juego. Fue entonces cuando puso en marcha el procedimiento reglamentario: además de aquel sobre, se haría con un par de fajos de billetes de la caja, cuatro o cinco billeteras y un par de relojes sin mucho valor de los clientes que yacían aterrorizados en el suelo y después huiría sin hacer daño a nadie. El pan nuestro de cada día. Entonces, ¿Qué es lo que había salido mal? Acaso algún cajero había sospechado algo y había avisado a la policía. O lo había hecho alguno de los clientes que habían dejado la oficina antes de dar el golpe. Pero cómo podían haber conocido sus intenciones. Era la tercera vez aquel mes que atracaba la misma oficina pero con aquel enorme bigote era impensable que alguien hubiera podido reconocerlo. Y además era imposible que nadie hubiese visto la pistola que iba perfectamente oculta en el interior de su chaqueta. No tenía ningún sentido nada de lo que había ocurrido. Pero si había un hecho que no admitía discusión era que la Policía estaba fuera, que estaba armada y que no tendrían reparos en volver a disparar a dar si les ofrecía la más mínima oportunidad. Así que echando mano a su bolsillo y haciendo cuentas con el tacto sacó seis balas que introdujo con torpeza en la recámara de su revólver. Nunca había pensado que llegaría el día en que tendría que usarlas pero después del frío análisis de la situación que acababa de hacer tuvo que admitir que en esta ocasión era absolutamente necesario estar preparado para cualquier tipo de contingencia. Por fin había llegado la hora de hacer honor a su mote.

Un par de acciones al borde del desenlace

Desde detrás del visillo de la ventana de la cocina Paloma Arrigorrieta pudo comprobar con estupor el significado exacto de la frase “la he liado parda”. “Nuestra estrategia siempre será resistir de forma ACTIVA pero PACIFICA”. Tenía narices. Había tenido la intención de que fuera así, pero en el momento en que aquella hosca agente de policía le había ordenado que entregase las llaves del piso, había perdido completamente los nervios. En fin, a lo hecho pecho. La cuestión era: ¿Ahora qué? ¿Cómo podría salir de aquella? No tenía mucho tiempo para pensar, pero estaba claro que algo debía hacer. La situación era límite: Había arrebatado el arma a una agente de la ley y había disparado contra ella. Aunque lo merecía, no creía que la hubiera matado pero, aún así, era bastante evidente que el desahucio había pasado a ser un problema de segundo orden. Además –concluyó con bastante acierto-en cualquier caso ahora tenía la garantía de que podría dormir bajo techo durante los próximos cuatro años y un día como mínimo. Así que dando un par de vueltas a todas las posibilidades que se le ofrecían recordó aquellos otros dramáticos casos. Casos de gente desesperada que se había arrojado desde sus pisos en un acto de autoinmolación y protesta contra la injusta política económica, judicial y bancaria de este puñetero país. Lo vio claro. No entraba en sus planes quitarse la vida. No era ese su estilo. Sin embargo, quizás si se subía al balcón y fingía que pretendía arrojarse a la vía pública sería más fácil demostrar el enajenamiento mental que debería alegar en su defensa en un futuro no muy lejano. Tendría que parecer una mujer completamente perturbada, y de esa manera, si lo hacía bien, si creían que realmente tenía la intención de saltar, sería mucho más fácil que cualquier juez considerase su trastornado estado emocional de aquella mañana como un atenuante. Era cierto, pensó, que viviendo en un primer piso no se podía estar absolutamente seguro que la caída fuese mortal de necesidad pero como la situación no llegaría a producirse tampoco le dio muchas más vueltas. Abrió la puerta del balcón, se asió fuertemente con una mano a la canaleta y, con ayuda de una banqueta, se puso de pie sobre la barandilla del balcón. Abajo el teniente Demetrio Sisgardo mantenía con su pistola en lo alto a todo el mundo tirado en el suelo.

El Pili, dentro de la sucursal y sin dejar de encañonar en ningún momento a Avelino Rickenback, llegó a la conclusión de que debería ser él quien tomase la iniciativa. No podía dar tiempo a la policía para planificar una acción de rescate en la que el último y único perjudicado sería él. Tenía que jugársela a todo o nada. No iba a haber medias tintas aquella mañana: o conseguía escapar (posibilidad que se le antojaba bastante difícil) o pronto le tomarían medidas para un traje de madera. Así que decidió seguir adelante con el atraco. Y ya de morir que fuese por una buena causa. O por un buen pellizco. Echó cuentas del número de personas que había dentro: Dos cajeros, el director, siete clientes y el hombre del sobre al que seguía encañonando. El sobre. Lo había olvidado. Miró a los ojos a Avelino y después al enorme sobre marrón con el logotipo del Banco de Santander y éste entendió. -“No hay nada de valor, sólo son papeles”. Como El Pili arqueaba una ceja se lo entregó. Con unos movimientos de pistola ordenó a Avelino que se tirase al suelo como los demás, y se dirigió a las cajas sin abrirlo todavía. Allí se llevó la primera sorpresa agradable de la mañana: cuatro enormes fajos de billetes de quinientos euros descansaban sobre el mostrador de la segunda caja. Casi le da un infarto. Con aquel dinero no necesitaba nada más. ¿Cuánto sumarían aquellos billetes? Calculó por encima. Cinco por cinco veinticinco y le añadimos tres ceros… joder, unos veinticinco mil pavos por fajo. Cuatro por cinco: veinte, nos llevamos dos; Cuatro por dos: ocho, más las dos que nos llevábamos: diez. Casi se desmaya: ¡Eran cien mil euros! Echó una mirada escudriñadora entre los clientes pero le fue imposible reconocer a ningún político del PP. Miró lo que llevaba en las manos ¿Qué coño habría en el sobre acolchado? Sobre el mismo mostrador lo abrió y comprobó que el procurador no le había engañado. No había más sorpresas agradables. Tan solo eran papeles. Los tiró a la papelera e introdujo de manera ordenada los cuatro fajos de billetes. Volvió a cerrar el sobre. Estaba preparado para dar el paso. Ordenó a todo el mundo que se levantase y se dirigiese a la puerta de salida del banco. Allí explicó lo que debían hacer si no querían recibir un balazo. En cuanto él lo ordenase todo el mundo saldría corriendo en distintas direcciones. De esa manera, en medio de la confusión, él podría tener una opción de escapar.

La agente Covadonga había conseguido finalmente frenar la hemorragia gracias a un aparatoso apósito y unas cuantas nubes de algodón que le hicieron llegar desde la farmacia de la esquina. Su cabeza seguía dando vueltas al asunto del pendiente. Con la borrachera de la noche había dormido con ellos y aquella mañana había olvidado por completo que los llevaba puestos. No había tenido ocasión de comprobar por el extracto bancario la cantidad de dinero invertida por su marido en aquellas joyas. Pero por la cara que había puesto cuando recibió la fea corbata de lunares verdes que le había comprado ella supuso que era una cantidad bastante elevada. ¿Seguiría entero el pendiente? Volvió al lugar donde se había producido el impacto y comprobó como en el suelo permanecían los pequeños charcos de sangre que había manado de su herida. Su arma también seguía descansando en el suelo en el mismo sitio que la había tirado aquella salvaje. La cogió y la devolvió a su cartuchera. Pero allí no había ni rastro de su zarcillo. Siguió atentamente la trayectoria que había efectuado el proyectil desde donde ella estaba hasta impactar sobre el cristal del banco. Escudriñó cuidadosamente el radio de acción en el que consideró que podría haber caído pero no vio ni la más mínima señal. De repente cuando ya estaba al lado del ventanal de la sucursal lo vio a él: Era negro y caminaba con orgullo. Sin embargo había algo que resultaba un tanto extraño en aquel pichón. De su pico, ensangrentado, sobresalía un pequeño trozo de oreja humana con un precioso pendiente de oro y brillantes.

Por fin, un caótico desenlace

La cronológica sucesión de los dramáticos eventos acaecidos durante cuatro segundos de aquella mañana frente al número 163 de la viguesa calle Sanjurjo Badía podría desgranarse de la siguiente manera:

10:42:33 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y tres segundos

– Paloma Arrigorrieta desde el balcón de su casa comienza a anunciar a voz en grito que si no se retiran la policía y el agente judicial y se anula de manera inmediata la orden de desahucio de su piso se arrojará al vacío.
El Pili da un grito con el que ordena a todos los rehenes que salgan corriendo inmediatamente por la puerta del banco si no quieren recibir un balazo por la espalda.
– La agente Covadonga, agachada, hace sigilosos ademanes de atrapar con sus manos a la paloma justo en el momento en que ésta, asustada por las voces, despliega sus alas y comienza a elevase en el aire.
– La frecuencia acústica del alarido que llega desde el balcón atraviesa la cavidad timpánica del oído derecho del teniente Demetrio Sisgardo en el mismo momento en que las ondas sonoras del grito de El Pili activan el martillo de su oído izquierdo. Este golpea al yunque y este, inmediatamente, al estribo. El teniente continúa de pie y con su arma apuntando al cielo.
– Ismael Serrano, el Secretario Judicial, tumbado en el suelo y desconcertado por los gritos intenta buscar una explicación en la cara del Teniente. Descubrir que este tiene una cada vez una bizquera más ostensible le produce un enorme desasosiego. Se desmaya.

10:42:34 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y cuatro segundos

– La agente Covadonga en un acto reflejo, previendo que si no hace algo perderá para siempre su pendiente, extrae su revólver de la cartuchera y cerrando el ojo derecho apunta durante unas décimas de segundo hacia la trayectoria del vuelo de la paloma, que en un concreto punto intermedio viene a coincidir de manera absolutamente exacta con el balcón del primer piso.
– Paloma Arrigorrieta, subida a la barandilla, interrumpe sus berridos y empieza a no entender nada cuando ve que de la puerta del Banco de Santander salen una docena de personas gritando como poseídas y corriendo cada una de ellas en distintas direcciones.
– Amalia Becker, que con el resto de manifestantes de la PAH permanece todavía en el suelo, observa como la demente policía de la oreja mutilada está apuntando con su arma hacia el balcón donde está su protegida mientras puede leer en sus labios la inequívoca frase: “¡Paloma, hija de la gran puta!”.
El Pili, cegado por el sol, con el sobre con el dinero debajo de una axila y el revólver en una mano, tropieza con uno de sus asustados rehenes que huye despavorido y se dirige corriendo de manera aturdida hacia el punto donde se encuentran los manifestantes de la PAH.

10:42:35 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y cinco segundos

– Amalia Becker intenta evitar la tragedia abalanzándose sobre la agente Covadonga.
– La agente Covadonga se tambalea y aprieta el gatillo mientras cae al suelo.
– La Paloma dispara un líquido proyectil con mejor puntería que nadie y escapa volando tranquilamente hacia lo alto de los edificios.
– La bala disparada por la agente rebota en una de las paredes del edificio y se incrusta en la barandilla del balcón justo bajo los pies de Paloma Arrigorrieta.
El Pili se sobresalta con el disparo y aprieta sin querer el gatillo de su revólver.
– Su bala se incrusta en la luna del Banco de Santander no sin antes haber volado el lóbulo de la oreja derecha de la agente Covadonga.
– Avelino Rickenback escucha los disparos, y cree que son los imaginarios compinches de El Pili. Se desmaya.
– Ismael Serrano, todavía inerte, comienza un agradable sueño en el que se ve vestido con mallas blancas y baila de puntillas música de Strauss sobre un escenario de Paris.
–Paloma Arrigorrieta pierde el equilibrio e inicia una caída al vacío durante la cual, por décimas de segundo, le parece entrever que justo debajo de ella se encuentra alguien que –si no fuera por el enorme bigote negro- juraría que es el famoso atracador de supermercados Héctor Marlego más conocido como “El Piligroso”. Cierra los ojos.
– El teniente Sisgardo continúa inmóvil con su arma apuntando al cielo. No es fácil decir hacia donde está mirando exactamente. Puede que aquí. Puede que allá.

10:42:36 - Diez horas. Cuarenta y dos minutos. Treinta y seis segundos

El Pili puede comprobar sobre sus hombros los efectos que produce la ley de la gravedad cuando lo que cae es un cuerpo de ochenta y siete kilos y medio de peso del sexo femenino. Momentáneamente pierde el sentido.
–Paloma Arrigorrieta abre los ojos y respira aliviada al comprobar que ha caído sobre blando y no se ha producido daño alguno. En el suelo, a su lado, puede distinguir perfectamente su nombre escrito encima de un sobre acolchado del que sobresalen unos papelitos morados. Como es lógico, entiende que si pone su nombre es que es suyo.
– El Teniente Sisgardo con un ojo mirando para Logroño y otro para Lisboa decide poner fin a aquella locura. Acciona el dedo sobre el gatillo y dispara al aire mientras grita por segunda vez aquella mañana: ¡TODO EL MUNDO AL SUELO!


Un breve colofón

Hagan algo por El Pili, que está mucho peor- Contestó Paloma al enfermero que pretendía atenderla. Miró hacia donde hacía breves instantes yacía el desgraciado ratero, pero allí ya no había absolutamente nadie. Doblando la esquina que daba al callejón le pareció ver como desaparecía su sombra. Pero las cosas estaban bien como estaban. Así que, acariciando el sobre que guardaba en el bolsillo, decidió que no tenía mucho sentido decírselo a nadie.
El procurador Avelino Rickenback, recuperado de su desmayo, se acercó a ella y le explicó que se había extraviado el sobre en donde portaba la providencia por la que el piso pasaba a manos del banco. En cualquier caso, tendría una semana para liquidar la hipoteca con la entidad bancaria o volverían a verse las caras. Le respondió con una sonrisa. No debía preocuparse. El próximo martes se las verían. Tenía pensado ir a arreglar cuentas.
El Teniente Sisgardo fumaba un pitillo sentado sobre el capó de su coche. Tenía los ojos en su sitio. Había sido una dura mañana. Pensó en la pobre agente Covadonga a la que habían tenido que llevar en ambulancia con un ataque de nervios. Y después en el pobre Secretario Judicial que parecía haber perdido el sentido y no paraba de dar saltitos de ballet. La verdad es que las cosas se habían torcido increíblemente y pasarían un par de días hasta que los hechos se aclarasen del todo. Pero él podía estar orgulloso. Se había propuesto algo cuando todo había comenzado. Y lo había conseguido: cero víctimas mortales.

Un epílogo con cierta base científica

Es un principio fuera de toda discusión que la resistencia del aire viene a ser proporcional a la velocidad a la que se mueva el cuerpo que se enfrente a ella. Es decir, cuanto mayor sea la velocidad a la que cae un objeto, más resistencia del aire se encontrará. De esta manera, puestas en juego la fuerza de la gravedad y la fuerza de la resistencia del aire sobre un objeto arrojado en caída libre, llegará un momento en que ambas se igualen y se alcance lo que científicamente se denomina “velocidad límite”; una velocidad constante de caída que para todo cuerpo dependerá, como es lógico, de su masa, su densidad y también, no cabe duda, de su coeficiente aerodinámico. Pongamos el caso de una bala de pocos gramos disparada de manera perfectamente vertical hacia el cielo: Una vez alcanzada su trayectoria ascendente máxima, comenzará a caer llegando a alcanzar una velocidad límite de unos ciento sesenta kilómetros por hora, no mucho más. Si un humano, por desgraciada casualidad, recibiese el impacto de dicha bala no sufriría daños de más entidad que un buen chichón, con brecha y conmoción incluidas, pero difícilmente llegaría a resultarle mortal puesto que en ningún caso le atravesaría los huesos del cráneo. No existe físico ni matemático, por poco experto en balística que sea, que permanezca ajeno a la contrastada realidad de esta teoría que se acaba de explicar.

Quien sí era completamente ajena a estas científicas reflexiones era la hermosa paloma negra que quince minutos después del incidente sobrevolaba los tejados del barrio de Teis portando un lóbulo de oreja humana en el pico. En aquel mismo instante un pequeño proyectil de plomo que caía a la exacta y constante velocidad límite de ciento sesenta y tres kilómetros por hora impactó súbitamente en su cabeza y la derribó haciéndola aterrizar bruscamente sobre el adoquinado pavimento de un apartado callejón. La desgraciada ave, mortalmente herida pero todavía consciente, dispuso antes de exhalar su último suspiro de unos breves instantes de lucidez durante los cuales pudo observar con claridad el rostro de Héctor Marlengo, más conocido como El Pili, que con mirada codiciosa y cuerpo dolorido calculaba a ojo de buen cubero que por aquel precioso pendiente de oro y brillantes que le había llovido del cielo se podrían sacar, si se contaba con los contactos adecuados, no menos de dos mil pavos.


La paloma supermana
                                                                                                       (Fotografía de Alejandro Martínez, Dubi)






miércoles, 29 de enero de 2014

"QUEDA LA MÚSICA", UN POEMARIO DE ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO QUE SE PRESENTOU NUNHA TARDIÑA MÁXICA




O pasado xoves, día 23 de xaneiro, presentouse, na libraría  viguesa “Librouro”, o poemario de Antonio García Teijeiro, Queda la música.

Resultou un acto entrañable, no que interviron as seguintes persoas:

Asunción Carracedo, editora de “Amigos de papel”, abriu o acto falando da editorial que dirixe, cales son os seus obxectivos e salientando o agasallo que o seu home, Eugenio Castro, lle fixo: unha editorial. Así de simple e de marabilloso. Deseguido,  presentou ao escritor e xornalista Álvaro Otero e ao poeta Juan Carlos Martín Ramos.

Asun Carracedo, directora de "Amigos de Papel", abre o acto.

Álvaro Otero, novelista, falou do autor, de quen é amigo, entrou nos poemas do libro e, mesmo, recitou algúns deles dun xeito maxistral. Aproveitou un deses poemas para lelo coa música de Mozart de fondo. O minué do poema e o do xenio de Salzburgo danzaron durante uns segundos que se fixeron máxicos.


Juan Carlos Martín Ramos, deleitou o público cun texto fermoso, cheo de humor, de emoción e de intelixencia.

Juan Carlos Martín Ramos presenta "Queda la música".


Velaquí, un pequeno fragmento do mesmo:
      

      Cabría preguntarse entonces: ¿es un libro de poesía o es tal vez una caja de música?
Hagamos la prueba. Lo abrimos por una de sus páginas y se escapa el zumbido de un moscardón de las cuerdas de un violonchelo. Lo abrimos por otra página y podemos escuchar cómo un árbol toca el piano del viento con las ramas de su mano. Estamos leyendo el libro en la paz de nuestro sillón de orejas y, de pronto, nos levantan del asiento las animadas canciones de cuatro melenudos de Liverpool. Creemos estar llegando al punto final y, sin previo aviso, aparece bajo la luz de la lámpara una pareja con peluca dieciochesca bailando un minué.
Ya lo tengo claro. ¡Es un libro de poesía! Porque sólo en un libro de poesía las cuerdas rotas de un violín pueden sustituirse por las estelas que dibuja en el aire el vuelo de las golondrinas. ¡Es un libro de poesía de Antonio García Teijeiro! Porque sólo en un libro de poesía de Antonio la música puede ser, además del tema central, el alma de cada uno de sus versos.
¡Ya he dicho que lo tengo muy claro! ¡Es una caja de música! Porque esconde un laberinto mágico de imágenes, sonidos y emociones, una maquinaria secreta que se despierta al levantar la tapa de cada poema (…)


Unha ilustración de Tesa González e un poema de Antonio García Teijeiro.

E despois, Martín Ramos pediu a colaboración de Lurdes López (“también mi compañera de tantas otras cosas que me llevaría toda una vida contarlas.”) que con bonecos, monicreques cheos de vida, (La Bruja, La Juglaresa…) cantou tres cancións compostas por Juan Carlos e Lurdes, sobre poemas  de Queda la música. A súa actuación foi abraiante. Bonecos e Lurdes fundíronse de tal xeito que o público ficou entusiasmado pola voz, polos movementos que realizaba e pola simpatía da artista. Acompañada por Juan Carlos á guitarra  agasalláronnos  unha sorpresa feliz que cativou a todos.


Lurdes López, con La Juglaresa, cantan unha canción. Juan Carlos, á guitarra.

A continuación, Susi, a compañeira de García Teijeiro, leu un texto que Tesa González, a ilustradora e parte fundamental deste poemario, enviou para esta presentación. Velaquí un fragmento do seu texto:
Susi Fernández le as palabras de Tesa González.


…“Queda la música” no ha sido un libro sencillo de ilustrar. He querido alejarme de ilustrar notas y claves de sol por doquier, tan repetidas en la temática musical ilustrada. He intentado poner la música con el color, con pequeños gestos de los personajes, con fondos trabajados, con contrastes en los tonos…He intentado poner mi música.
Interpretar y contar una narración con colores, imágenes y elementos gráficos es mi trabajo. Ilustrar poesía no es fácil y a un grande como Antonio menos. Leer sus poemas era ya música en si. Les invito a que lo prueben y no se olviden de los espacios, sus silencios, importantísimos en  el  ritmo de su poesía.  Ha sido un reto y un placer ilustrarle (…)


Outra ilustración de Tesa e outro poema de Antonio.

E, finalmente, falou o autor quen deu, en primeiro lugar, as grazas a todos os presentes por asistiren ao acto (uns, na mesa e outros, como público), facendo fincapé no feliz que estaba de ver na libraría tantos alumnos e alumnas seus. Comentou distintas opinións sobre o acto creativo (Einstein, Carl Philip Enmanuel Bach) recollidas, curiosamente, nun libro que estaba a ler de Alfred Brendel, un dos pianistas máis salientables da historia da música. Referiuse aos Beatles como portadores de liberdade persoal, aos que homenaxea no libro e foi dicindo unhas palabras sobre cada un deles. Leu un poema de Juan Carlos, como agradecemento pola súa participación nesta presentación e puxo punto final a un acto que deixou moi satisfeitos aos asistentes.
Antonio García Teijeiro, na súa intervención.

Ben, non exactamente, porque Juan Carlos Martín Ramos e Lurdes López fixeron un simpático e demoledor epílogo cos monicreques, no que non saíron moi ben parados os ministros Wert e Gallardón. Talvez o desprezo pola educación e a cultura, xunto coa (in)xustiza, que amosan  estes dous individuos, foron a causa deste dardo final.
Resulta moi gratificante que, nos tempos que corren, a música e a poesía sexan capaces de reunir a tantas persoas que vibraron e se emocionaron con todo o que ocorreu nunha libraría, entre libros e ilusións.

       
Antonio, ao remate do acto, cun grupo de alumnos e alumnas, aos que tanto quere.
                                                                 
 

 Velaquí unha imaxe do epílogo, que Lurdes e Juan Carlos prepararon para baixar o pano da función.
Tamén pecha esta crónica dunha tarde para lembrar.



Epílogo


                                                                                                                            X.V.R