lunes, 28 de enero de 2013

A luz das palabras (8): Pedro C. Cerrillo

Desde hace muchos años, vengo trabajando en la promoción de la lectura en las escuelas.

Desde hace muchos años, trabajo para que la literatura infantil tenga una presencia real y adecuada en el entorno escolar.


Hace ya muchos años, esto era una labor casi épica. Sin apoyos económicos, con la indiferencia de los compañeros, con la incomprensión de una sociedad que creía que la LIJ no poseía solidez ni importancia en el desarrollo integral de los niños. Y aún no estoy muy seguro de que lo crea. Pero yo seguía creyendo (y todavía creo) en la palabra literaria, no solo como un entretenimiento, sino como algo necesario en el devenir de unos pequeños lectores y lectoras que se iban haciendo mayores sin libros de literatura. Muchas personas solo confiaban en el libro de texto como apoyo para que los estudiantes progresasen y se preparasen para el futuro.


Recuerdo que el trabajo para revertir la situación se me hizo ímprobo. Pero no desfallecí y procuré informarme, asistir a pequeños cursos y reuniones, en donde otros docentes abrían caminos por los que yo quería transitar. Recuerdo cómo en el colegio donde aún trabajo, no había nada en este campo. Compré una buena cámara de fotos, compraba libros para mí, hacía mis propias diapositivas, reunía a los padres y madres a las siete de la tarde para enseñarles los tipos de libros, de ilustraciones, de letra, de extensión, de temas y, al mismo tiempo, inculcarles la importancia de la lectura de sus hijos e hijas en su casa.


Recuerdo a Miguel Vázquez Freire comunicando sus experiencias. Recuerdo a Nardo Carpente, con las suyas. Recuerdo mis propias experiencias en las aulas, creando las primeras bibliotecas de aula, la primera biblioteca de centro, el CLAP (Club de Amigos de la Poesía), un grupo de alumnos/as que se reunían conmigo, por la tarde al salir de clase, para escribir, hablar sobre libros y para escuchar cantautores que tuviesen algo que decir (Moustaki, Aute, Serrat, Patxi Andión y, cómo no, Paco Ibáñez, entre otros). Fue una experiencia preciosa. Había que ver a los chavales recitando sus poemas, dando opiniones sobre lo leído. Un placer. Hace unas semanas, uno de ellos, todo un hombre hecho y derecho me llamaba y compartimos unas horas hablando del CLAP y de la vida.


Pero la labor, en general, era dura de verdad. Los primeros cursos que impartí con el citado Nardo Carpente para maestros/as con ganas de progresar en una línea innovadora en la lectura y en la escritura creativa, y de tantos cursos que fui dando a lo largo de Galicia y fuera de ella, para que el libro fuese el centro principal de algo que se llamó "animación a la lectura", y no siempre animaba a leer, resultaron muy gratificantes. Recuerdo el impacto que me produjo la lectura de la Gramática de la fantasía de Gianni Rodari. Fue un descubrimiento portentoso. Dio un vuelco completo a todo lo que se estaba haciendo hasta entonces. Aquí, mucho nos influyó Federico Martín con sus innovaciones rodarianas, prácticas y novedosas.

Pero yo, por quien siento una admiración, un respeto y un cariño enormes es por Pedro C. Cerrillo Torremocha. En él me apoyé siempre, por su rigor en la investigación, por su amenidad, por su claridad de exposición y porque muchas de sus reflexiones, muy trabajadas a lo largo de los años, coincidían con las mías.


Siempre he defendido la necesidad de un maestro/a fijo en las bibliotecas de los Centros. Y, siempre he creído, que la LIJ debía entrar en la Universidad, para formar a los futuros maestros y maestras en algo que deberían tener presente en cada momento de su vida en las aulas.
Pedro Cerrillo, director del CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil) consiguió que yo pudiese ver cumplidos estos deseos míos, al introducir la LIJ en la Universidad de Castilla-La Mancha. Este licenciado en Filología Románica, Doctor en Filología Hispánica y Catedrático de Didáctica de la Lengua y Literatura en la Facultad de Educación y Humanidades de Cuenca (UCLM) consiguió dirigir el Máster de la Promoción de la Lectura o la LIJ de la propia UCLM.


Pedro ha sido siempre mi referencia principal en este terreno. Porque ha investigado a fondo la historia de la literatura infantil. Ha dado cursos en medio mundo y siempre es un placer escucharlo. En cualquiera de sus conferencias se aprende muchísimo sobre el tema. Sus líneas de investigación caminan preferentemente por la literatura medieval y por la lírica de tradición popular. Gran cantidad de conferencias, artículos y libros publicados son el testimonio firme de un hombre recto, serio, autor de un trabajo riguroso y rico, como gran investigador y divulgador que es.


Entre sus libros, que a mí me enriquecieron, están Sobre zazaniles y quisicosas: estudio del género de la adivinanza (en colaboración con Mª Teresa Miaja), Adivinanzas Populares Españolas (Estudio y antología), el volumen que coordinó con César Sánchez Ortiz, La palabra y la memoria (Estudios sobre la Literatura Popular Infantil), La voz de la memoria (Estudios sobre el Cancionero Popular Infantil) y unos cuantos sobre fábulas, tradición y modernidad de la literatura oral, guías de lectura y antologías de la Generación del 27...

La mayoría de ellos están editados por el Servicio de Publicaciones de la UCLM. y son de un interés excepcional. En el año 2007 publica un libro esencial para profesores de Primaria, Secundaria y Bachillerato, así como para alumnos que estudian Magisterio, lleno de claves para enfrentarse a la enseñanza de la Literatura con criterios y métodos diferentes a los historicistas que han prevalecido hasta ahora. El libro lleva por título Literatura Infantil y Juvenil y educación literaria. Hacia una nueva enseñanza de la Literatura (Ediciones Octaedro. Col. Recursos). Es una verdadera joya que ilumina los caminos sombríos que hay que recorrer para un mejor rendimiento de los niños en las aulas en el terreno de la lectura.


Admiro, repito, respeto y me encanta escuchar y leer a Pedro Cerrillo. Por eso está en Versos e Aloumiños, con un gran texto de investigación sobre la famosa Editorial Calleja. Es algo largo pero posee un encanto y una importancia de envergadura. Es un texto que le encargaron a Pedro sobre "Calleja", para el catálogo de una exposición sobre el editor.


Animo a leerlo completo. Nadie se sentirá defraudado. Tenemos la obligación saber cosas del pasado. Tenemos la obligación de saber de dónde venimos. Y no quiero terminar de hablar de este tema, sin recordar la labor que la profesora Blanca-Ana Roig Rechou con un maravilloso equipo, está llevando a cabo en la Universidad de Santiago con la LIX. Es un trabajo que, conflictos aparte, el tiempo pondrá en su sitio. Quedará su labor investigadora en volúmenes más que interesantes que cubren un terreno yermo y que permitirá, en su momento, a otros investigadores/as no partir de cero. La literatura infantil y juvenil gallega está en muy buenas manos y ese ejemplo lo han de seguir muchos más.


Pedro C. Cerrillo


El editor Saturnino Calleja
LOS CUENTOS DE CALLEJA

“Tienes más cuento que Calleja” es una frase coloquial, popularizada a principios del siglo XX, que cientos de miles de españoles han usado en alguna ocasión y que en el año 2001 fue admitida como tal coloquialismo en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Aunque es una frase que se suele usar en tono despectivo, su origen está relacionado con la prolífica labor editorial del burgalés Saturnino Calleja Fernández, continuada por algunos de sus descendientes.

Muchas personas que conocen la expresión antes mencionada se sorprenderán al saber que el tal “Calleja” existió de verdad y que fue el fundador de una editorial que se dedicó, sobre todo, a la publicación de cuentos para niños. El ingenio popular acuñó esa expresión que ha superado en popularidad a quien le dio el nombre propio.

La Literatura Infantil en el Siglo XIX

Pese al enriquecimiento que había experimentado la Literatura Infantil en el siglo XVIII, no sólo no había logrado desprenderse de sus connotaciones educativas y moralizantes, sino que las extremó, debido, sobre todo, al empecinamiento de muchos educadores de aquellos años que, metidos a escritores, se dejaron dominar por un exclusivo afán didáctico, esforzándose en acomodar el libro a la medida de los hijos y descendientes de las clases pudientes.

En el siglo XIX, y con la extensión progresiva de la escolaridad, la infancia llega a ser considerada como público lector con características propias, aunque la escuela será, lógicamente, la primera y gran destinataria de las ediciones infantiles. Esto que se produjo en muchos países europeos (Inglaterra, Francia o Alemania), no llegó a producirse con la misma intensidad en España.

La llegada del Romanticismo abrió una nueva vía en la literatura (en algunos casos, se reabrió): la del interés por las manifestaciones literarias de tradición popular. Con el movimiento romántico se revitalizaron los folclores nacionales (son buenos ejemplos los de los hermanos Grimm en Alemania, Afanasiev en Rusia, o, incluso, Fernán Caballero en España). Pero, además, con el XIX nos llegó la primera gran figura de la Literatura Infantil: Hans Christian Andersen (1805-1875), que es quien dio un impulso, por primera vez y de verdad, a la literatura para niños. La obra de Andersen abandonó, al fin, una buena parte de los componentes didácticos que solía tener la Literatura Infantil, al tiempo que se despreocupó de lo preceptivo que tanto encorsetaba la literatura escrita para niños en el siglo anterior: el mundo literario de Andersen es, en primer lugar, un auténtico mundo literario; y en segundo, un mundo que está lleno de fantasía y de lirismo.



Un poco más tarde, ya a mediados del siglo, con el Realismo, el camino iniciado continuó. Los nuevos personajes y los nuevos temas responderán a la impronta del momento: se asoman a los libros los representantes de la pequeña burguesía y las clases medias, con sus problemas y con sus ilusiones; se supera, por fin, el didactismo didascálico y la Literatura Infantil empieza a ser verdadera literatura, aunque a veces pueda contener alguna intención educativa. En el siglo XIX nació también el gusto, a veces incluso pasión, por la ciencia, lo que provocó un caudal de obras de divulgación científica e histórica, algunas de indudable calidad artística, como las de Julio Verne.

En España, las mejores pruebas del interés, moderadamente creciente, por la literatura para niños las tenemos en algunas obras, bien es cierto que aisladas en el conjunto de sus producciones, de los románticos Zorrilla y Hartzenbusch, de los prerrealistas Fernán Caballero y Antonio Trueba, y del realista Luis Coloma. Todos ellos, en algún momento, escribieron cuentos, fábulas o leyendas; algunas de esas obras han pasado al repertorio clásico de la Literatura Infantil: el cuento de Ratón Pérez de Luis Coloma, que lo escribió para Alfonso XIII, cuando este tenía solo ocho años, por encargo expreso de su madre, es un buen ejemplo de lo dicho.

Además, la aparición de la editorial Bastinos en Barcelona (en 1852), como editora de libros infantiles, y la publicación de los primeros cuentos para niños de la editorial Calleja, en Madrid en 1884, marcaron, probablemente, el inicio de una literatura infantil española diferente, en la que se ofrecía un modelo distinto de libros infantiles, más apartado de sus corsés educativos. García Padrino (1) se refiere a los últimos quince años de este siglo, con el afianzamiento de la monarquía constitucional y el dominio social de una burguesía acomodada y conservadora, como un momento en que se renovaron las preocupaciones por el lugar del niño en la sociedad y por las condiciones de la más adecuada educación; en el ámbito propio de la Literatura Infantil, aquellos cambios en la sensibilidad burguesa se tradujeron en algunas iniciativas de indudable importancia, como la ya citada creación de la editorial Calleja.

La Editorial Calleja


Saturnino Calleja Fernández (1853-1915), el fundador, nació en Burgos, aunque su familia era originaria de la localidad burgalesa de Quintanadueñas. Su padre, Fernando Calleja Santos, fundó en 1876 un negocio de librería y encuadernación, en la calle de la Paz de Madrid, que su hijo Saturnino compró en 1879, convirtiéndolo en la Editorial Calleja, una editorial que aportó dos grandes novedades al mundo de la edición española de aquellos años: publicó grandes tiradas de libros y cuentos para niños que se vendían a precios muy baratos, por un lado; y, por otro, realizó ediciones muy bien ilustradas con obras de muchos de los mejores artistas de la época, logrando atraer a la lectura de aquellos libros a millones de niños españoles e hispanoamericanos.

La labor editorial de Calleja, continuada por dos de sus siete hijos, Rafael y Saturnino Calleja Gutiérrez, quienes mantuvieron la empresa durante más de setenta y cinco años, fue fundamental para la difusión y popularización de la Literatura Infantil en España, incluso desde una singular posición de editores/compiladores, que luego comentaré, y admitiendo que tuvieron un claro interés por lo doctrinal y lo instructivo como función esencial de sus libros. La buena Juanita, Flora o Juanito serían tres libros que representarían fielmente esa postura y que fueron muy leídos en las escuelas españolas del último cuarto del siglo XIX y durante muchos años del siglo XX. Juanito es la traducción, probablemente también la ampliación personal con finalidad pedagógica, que el propio Saturnino Calleja hizo del Giannetto del italiano Luigi A. Parravicini (editado en Italia en 1849) y publicado por Calleja en 1880 en su Tesoro de las escuelas; es un libro sobre el transcurrir cotidiano de la vida del niño que le da el título:


No hay otros hechos especiales o extraordinarios en ese transcurrir diario que no sean los propios de una idílica existencia. Y si el protagonista debía enfrentarse a una desgracia – la pérdida de sus padres, cambios repentinos de fortuna…–, era utilizada como pie forzado para insistir en la necesidad de las virtudes exaltadas, como medio seguro para superar las más graves dificultades y asegurarse un feliz porvenir. (2) 


Calleja contribuyó también a la renovación de los libros escolares españoles, distribuyéndolos por las escuelas de los pueblos de España, en las que los maestros tenían que batallar diariamente con una absoluta falta de medios. Saturnino Calleja fundó, en 1884, y dirigió la revista La Ilustración de España, en cuya cabecera se podía leer "Periódico consagrado a la defensa de los intereses del Magisterio Español"; la revista se entregaba junto al boletín El Heraldo del Magisterio. En su afán por dignificar el trabajo de los maestros, Calleja creó la Asociación Nacional del Magisterio Español y organizó la Asamblea Nacional de Maestros. Su política de tiradas de libros altas y precios muy bajos era coherente con estas inquietudes y con su idea de que los libros para niños eran un poderoso instrumento para la educación de los más desfavorecidos: conocidísima es su colección de cuentos económicos, al alcance de todos los bolsillos pues su precio era de 5 y 10 céntimos. El propio Saturnino fue autor de algunos libros escolares, sorprendiendo por la variedad de tema que trataba: geografía, ciencias naturales, historia, higiene, geometría o cocina; de esos libros se hicieron numerosas ediciones que llegaron, durante muchos años, a las escuelas españolas y a las de bastantes países de la América de habla hispana.

La trayectoria de la editorial Calleja presenta cinco etapas diferenciadas:

1ª. Los inicios. Entre 1876 y 1884. Es un periodo dedicado solo al libro escolar e instructivo, siendo el director el propio fundador, Saturnino Calleja Fernández.

2ª. La expansión. Entre 1884, en que se editan los primeros cuentos infantiles y 1915, año en que muere el fundador y director.

3ª. La renovación. Entre 1915 y 1928. En este periodo el director de la editorial es el hijo del fundador, Rafael Calleja. En 1918 el sello editorial fundacional “Casa Editorial Saturnino Calleja” cambió de nombre y pasó a denominarse “Editorial Calleja, S.A.”

4ª. La consolidación. Entre 1928 y 1936. Es un periodo dirigido por otro hijo del fundador, Saturnino Calleja Gutiérrez, en el que la editorial se mercantiliza, llegando a perder la familia Calleja la participación mayoritaria a partir de 1931.

5ª. La posguerra. Entre 1939 y 1959. Es una etapa de declive y repetición. El último libro se publicó en 1958 y la editorial desapareció al año siguiente. En 1960 se subastaron todos los bienes de la editorial.


Hay un hecho muy significativo de las ediciones de Calleja que explica esa singular posición del editor a que antes me referí: la tendencia a no señalar el nombre del creador o del adaptador del texto, lo que facilitó la extensión de la expresión “Cuentos de Calleja”, llegando a identificarse al editor con el autor de muchos de los libros. Lo mismo sucedió con muchos cuentos populares, anónimos en su origen, que, a partir del momento en que los editaba Calleja, su autoría se asociaba al editor burgalés, a veces con motivo, pues él los alteraba significativamente, transformando –incluso deformando– muchas de aquellas historias que llevaban vivas en la oralidad popular muchísimos años. Calleja no tenía ningún inconveniente en servirse de aquella literatura folclórica para transmitir sus lecciones y ejemplos. Esas alteraciones también las hizo en libros de autor conocido que él popularizó en España: a Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (cuya primera edición inglesa es de 1726), Calleja le cambió el título, El país de los enanos, lo llamó en una ocasión, y En el país de los gigantes, en otra. No solo los títulos, también los argumentos podían cambiar de la mano de Calleja: Hansel y Gretel pasaron a ser Juanito y Margarita; a Pinocho no le da la forma Gepetto, sino un niño; El soldadito de plomo, en la edición de Calleja, era devoto de la Virgen del Pilar y no moría fundido por el fuego.

La Editorial Calleja publicó casi tres mil títulos diferentes. Aparte de las colecciones de libros escolares, libros religiosos y libros sobre diversos aspectos de la vida cotidiana (cocina, higiene, profesiones o urbanidad), la editorial lanzó diecisiete colecciones de libros infantiles con más de dos mil títulos y millones de ejemplares : “Recreo infantil”, “Biblioteca escolar recreativa”, “Biblioteca ilustrada para niños”, “Joyas para niños”, “Juguetes instructivos”, “Biblioteca de recreo”, “Colorín”, “Cuentos de Calleja”, “Pinturas infantiles”, “Cuentos de Calleja en colores”, “Cuentos para niños”, “Leyendas morales”, “Cuentos en postales”, “Biblioteca del bebé”, “Cuentos de plata”, “Pinocho” y “Biblioteca Perla”. De muchas de esas colecciones tenemos una buena muestra en estos libros de la colección particular de Julio Ayora que expone la Diputación Provincial de Cuenca.

Del total de esas colecciones quisiera destacar dos: en primer lugar, la excelente colección “Biblioteca Perla”, diseñada y editada con esmero, mediante la que se ofrecieron a los niños de la época colecciones de cuentos muy importantes, como la de los hermanos Grimm. En segundo lugar, la de Pinocho, uno de los grandes éxitos de Calleja desde el mismo momento de su aparición en el año 1917; este Pinocho, recreación de la historia creada por el italiano Carlo Collodi, era obra, en su escritura y en su imagen, de Salvador Bartolozzi, quien incorporó pronto otro fantástico personaje, Chapete, como compañero/antagonista de aventuras de su Pinocho. El éxito de este Pinocho llevó a Rafael Calleja Gutiérrez a crear una revista titulada Pinocho. Semanario Infantil (a partir del nº 18 el título se simplificó en Pinocho), dirigida por el propio Salvador Bartolozzi, y cuyo primer número apareció el 22 de febrero de 1925, al precio de 30 céntimos de peseta el ejemplar. Se publicaron varios cientos de números de la revista, y en ella aparecieron textos de importantes escritores, como Magda Donato, Edgar Neville, Antoniorrobles, Manuel Abril o José López Rubio, e imágenes de ilustradores como Penagos, Bartolozzi, Tono, Robledano, Pellicer, Emilio Ferrer o José Zamora.




Calleja popularizó en España los cuentos de las Mil y una noches, los cuentos de Charles Perrault y de Andersen, así como las fábulas de Esopo, La Fontaine, Iriarte y Samaniego, y algunas obras emblemáticas de Cervantes, Schmid, Madame d´Aulnoy, Emilio Salgari, Julio Verne, Daniel Defoe, Emily Brontë o Swift, entre muchos otros. Para ilustrar sus libros, Saturnino Calleja contó con artistas de la talla de los anteriormente citados, además de Méndez Bringa, Santiago Regidor, Cilla, Federico Ribas, K-Hito, Sánchez Tena, Reinoso o Manuel Ángel, muchos de los cuales eran colaboradores habituales de importantes revistas como Blanco y Negro, La Esfera o Estampa.

A partir de la tercera etapa de la vida editorial de Calleja, la empresa incorporó importantes avances técnicos, como la impresión en “offset”, un método de reproducción de documentos e imágenes sobre papel o materiales similares que aplicaba una tinta, generalmente oleosa, sobre una plancha metálica, casi siempre de una aleación de aluminio; la imagen o el texto se transfería por presión a un rodillo de caucho, para pasarla, luego, al papel por presión. Esta técnica, que venía a sustituir al sistema dominante anterior en el que la tinta pasaba directamente al papel, le dio a las ediciones una calidad de impresión superior, ya que el recubrimiento de caucho del rodillo de impresión era capaz de impregnar superficies con texturas irregulares. Además, Calleja incluyó cuatricomías en el interior de los libros, los maquetó en formatos diversos, algunos especialmente grandes, y aportó un nuevo concepto de libro ilustrado, muy cuidado y sin renunciar a popularizarlo entre todo tipo de lectores, incluyendo los de menor poder de compra.


“Instruir deleitando”

El empeño de Saturnino Calleja por atender las desatendidas escuelas de finales del siglo XIX y principios del XX, por proporcionar materiales escolares a sus maestros y por ofrecer a los niños los cuentos que él consideró que debían ser leídos pudiera concentrarse en la expresión “instruir deleitando”, que, en sí misma, puede esconder una contradicción. Pero así fue: Calleja dedicó su esfuerzo editorial a los cuentos –aunque a menudo elegidos, adaptados o alterados para conseguir su objetivo de moralizar o instruir– y a los libros escolares. Su gran valor es que lo hizo cuidando con esmero sus ediciones, ilustrándolas con trabajos de importantes artistas plásticos y haciéndolas llegar a todos los públicos.

De todo ello, el visitante de esta exposición, Nadie con más cuentos que Calleja. (Los “Calleja” de la colección de Julio Ayora), tiene cumplida muestra.

Pedro C. Cerrillo
Catedrático de Didáctica de la Literatura
Facultad de Educación y Humanidades de Cuenca

Universidad de Castilla La Mancha

NOTAS

(1) Para comprender la Literatura Infantil española en el periodo que va de 1885 a 1905, vid. García Padrino, Jaime (1992): Libros y literatura para niños en la España contemporánea. Madrid: Fundación GSR, pp. 17 a 38.

(2) Íd., ib., p. 21.